Los hombres, cual cruzados a punto de tomar la fortaleza, esperaban la orden para derribar el muro que impedía el acceso; eran poco más de las 16 del 24 de abril de 1925. La orden fue dada, los hombre subieron las escaleras y comenzaron su tarea de demolición. A punta de picos, piquetas y palas derribaron la pared de unos 2,20 metros de altura por 30 centímetros de espesor. Los ladrillos caían uno a uno para dejar el paso abierto que permitiría cruzar el lugar sin dar un importante rodeo como el que se imponía hasta ese momento.

Esta forma, un poco más romántica, deja ver cómo ocurrieron los hechos que permitieron que San Miguel de Tucumán se abra paso hacia el oeste a través del cinturón ferroviario que ya por aquellos años era un problema para el crecimiento de la ciudad. Como lo sigue siendo en el presente, con varios proyectos para que la capital tucumana pueda superar las vías que estrangulan la circulación entre el este y el oeste capitalino. LA GACETA de entonces relataba: “la natural expansión de la ciudad que cada día va creciendo había encontrado un atajo fuerte en su desarrollo al querer abrirse campo hacia el noroeste en los murallones que la empresa del ferrocarril Central Córdoba levantó en uno de los barrios mejores de Tucumán, son suficientemente conocidos los incidentes que con motivo de éste viejo pleito se produjeron en los largos años de su trámite”.

El pleito para abrir la calle San Juan venía de largo por la oposición que mantenía el ferrocarril a aceptar la medida de derribar los muros. Cabe recordar que esa línea pertenecía a capitales ingleses. De tal forma que la situación llegó hasta la Corte Suprema de Justicia de la Nación que falló a favor del municipio tucumano que pedía la apertura de la calle San Juan. Los ingleses se negaban a cumplir la resolución, por lo que el diputado José Vera Hernández realizó un pedido para que el Ejecutivo hiciera cumplir la resolución judicial. Cosa que fue aceptada. Se acordó un plazo de 30 días con la empresa. Se cumplieron; y nada, el muro seguía allí. Llegado el momento y con la orden judicial correspondiente se procedió a derribar los muros, comenzando por el lado de Marco Avellaneda para luego tirar el de calle Suipacha.

El diario indicaba que “el acto había sido anunciado con anticipación por la prensa local, circunstancia que motivó que se congregasen numerosas personas de todas las clases sociales y tendencias políticas para presenciar el espectáculo”. En la estación del Central Córdoba, el oficial de justicia Ernesto Salla realizó el acta de rigor “poniendo en posesión de la calle que se iba a abrir al interventor municipal Nicasio Taboada, acta que no suscribió el superintendente del ferrocarril, ingeniero Alberto Hepburn, dejando por el contrario sentada su protesta contra el acto que se iba a realizar”.

Siguiendo la cronología y los correspondiente pasos procesales, el abogado de la Municipalidad habilitó al departamento de Obras Públicas para que concretara la demolición. El ingeniero Pedro Cabot dio las órdenes necesarias a las cuadrillas municipales para que abriesen la calle derribando el paredón. Desde detrás de los muros, Hepburn y sus empleados miraban sorprendidos pero sin poder hacer nada. Por las calles circundantes una importante cantidad de policías montados y de a pie colaboraron en la concreción de la medida judicial y también para evitar cualquier desborde.

El paso estaba abierto. El interventor Taboada y su secretario Ercolino Lemme salieron de la flamante calle hacia Marco Avellaneda rodeados de curiosos que aplaudían fervorosamente. Culminada esta primera etapa las autoridades y los curiosos se dirigieron hacia la zona de la calle Suipacha para presenciar cómo se terminaba de derribar el otro muro. Mientras tanto “las máquinas y convoyes hacían sus trasbordos y cambios en los rieles que cruzan el terreno extenso que, desde ayer, ha sido convertido en vía pública”. La crónica destacaba que también se tenían que hacer las obras necesarias para que el tránsito por el lugar sea seguro ya que además de la vías se debía cruzar “la acequia que corre de norte a sud, en un ancho de más de un metro y que intercepta el paso con grave peligro para los que se aventuran por el lugar”.